AL SUR DE LA CIUDAD


"¿Cuál es tu destino?", le susurré al desconocido. Era un rostro ajeno para mí; nunca lo había visto en la parada 123. Mi nombre es Andrés, "Supongo que eres nuevo en esta zona, ¿verdad?", le afirmé con seguridad, ya que conocía a todas las personas de nuestro vecindario y aquel semblante no me resultaba familiar.

"No, realmente no soy nuevo. Llevo tres años viviendo en este barrio, pero por el trabajo no salgo mucho. Prefiero descansar cuando llego a casa", fueron las cortantes palabras de Arturo, quien al parecer no era tan nuevo después de todo.

"Tengo la costumbre de conversar con los pasajeros, es una manera de hacer que el trayecto no se vuelva aburrido. Lléveme al sur", dijo con un suspiro prolongado, sin ánimo alguno de llegar a su destino. "¿Usted trabaja en el sur? Disculpe que sea tan curioso, pero en vista de que no lo conozco y somos vecinos, sería bueno comenzar por ahí."

"Permítame compartir con usted, señor Andrés." Fue ahí donde me di cuenta de cómo un simple trayecto de una hora se convirtió en un relato de desahogo para Arturo, quien aparentemente estaba atravesando un momento sentimental difícil.

"Llevo cinco años entregado al hospital, y dos de esos años en una relación con una encantadora enfermera. Desde el primer día, ella se convirtió en mi compañera inseparable y en mi fuente de motivación. Durante ese largo viaje hacia el trabajo, mientras mis manos sujetaban el volante, me mantenía absorto en las palabras de Arturo. Sentía que su voz llevaba consigo un tono de melancolía, como si necesitara soltar sus pensamientos para hallar alivio.

Nuestro encuentro tuvo lugar en las guardias nocturnas del hospital. Siendo un centro pequeño, solo éramos dos en turno. Pasábamos noches enteras dialogando sobre todo tipo de temas y, por supuesto, atendiendo a los pacientes que llegaban con accidentes u otras urgencias. Aunque el trabajo no resultaba agotador, ella era quien le daba un giro significativo. Era todo lo que podría haber imaginado. Con el paso del tiempo, al tener una relación que abarcaba años, tenía la certeza de que ella era la persona con la que deseaba compartir el resto de mi vida. Sin embargo, las cosas tomaron un giro inesperado..."

En aquel emocionante capítulo de nuestras vidas, estaba sumido en un torbellino de pensamientos y emociones. La idea de pedirle la mano a mi entonces novia, Raquel, era como una llama ardiente que iluminaba mis pensamientos y alimentaba mi creatividad. Juntos, con amigos en común, nos sumergimos en un mar de posibilidades, buscando la forma más original y memorable para este momento trascendental.

Las semanas pasaban y mi mente se convirtió en un crisol de ideas, todas danzando al ritmo de "pedida de mano". Recorrí los recovecos de mi memoria en busca de lugares especiales que habíamos compartido, pero también buscaba inspiración en historias de otras personas y en los pequeños detalles que hacen única nuestra historia de amor.

Los restaurantes de lujo, con sus cenas románticas, se presentaron como opciones tentadoras. Pero sentía que esa idea ya había sido tejida en el tapiz de innumerables historias. Quería más que una cena elegante; quería un momento que trascendiera el tiempo y se quedara grabado en el corazón de Raquel para siempre.

Mi empeño era tal que cada conversación con amigos y cada rincón de mi entorno parecían transformarse en musas, susurrándome ideas y sugerencias. Pero en medio de mi planificación, una intuición aguda me hizo notar un cambio en Raquel. Algo, un destello en su mirada o un cambio sutil en su vestimenta, me hizo pensar que ella podría estar sospechando algo. Era como si el universo estuviera jugando con nuestros secretos, manteniendo su misterio mientras yo luchaba por mantener el mío.

Decidí bajar la intensidad de mis preparativos, sabiendo que la sorpresa era esencial. Deseaba que este momento fuera un regalo, algo inesperado y lleno de emoción genuina. Observarla con disimulo, mientras ella seguía con sus actividades diarias, se convirtió en un delicado equilibrio entre querer asegurarme de que todo estuviera perfectamente planeado y permitir que la magia del momento fluyera sin restricciones.

Una luz roja prolongada me hizo voltear a ver a Arturo, para que sintiera que efectivamente estaba escuchando atentamente su historia. Veía cómo, mientras hablaba, de sus ojos caían lágrimas. Yo, sin poder hacer más que conducir, procedí con el camino. Aún faltaban 20 minutos para llegar a su destino, y dejé que él fuese el intérprete de su propia historia mientras yo seguía conduciendo.

Así, mientras las agujas del reloj seguían su incesante marcha, yo continuaba mi labor detrás del telón, tejiendo sueños y emociones en un tapiz de amor. El día se acercaba y yo estaba dispuesto a sorprender a Raquel de una manera que nunca olvidaría, porque ella era mi musa, mi confidente y mi amor eterno, y esta historia de amor merecía un capítulo que reflejara todo lo que sentía por ella.

Un día, como tantos otros en los que la acompañaba a su casa, me despedí de ella y subí a un taxi con una sonrisa radiante, contando los días para el gran momento. De repente, mi sonrisa se desvaneció al recibir un mensaje, de esos que nadie espera y que nadie quisiera recibir: "Arturo, siento decirte esto por esta vía. Lamento no haber sido sincera y directa contigo. Estos últimos meses mi sonrisa no ha sido sincera contigo, y no quiero hacerte más daño." No seguí leyendo, pues de inmediato entendí que era una despedida. Me derrumbé y me ahogué en un mar de lágrimas, dejando que mis pensamientos se llenaran de ella mientras trataba de entender lo que sucedía. Raquel nunca más volvió al hospital. Se enamoró y se fue, dejando atrás todo lo que habíamos construido.

Al llegar al destino, dejé a Arturo que se secara las lágrimas, .mientras yo no encontraba las palabras adecuadas para aliviar su dolor. Su voz cortante denotaba todo lo que había sufrido, sus lágrimas eran sinceras. Él simplemente se bajó del carro, me agradeció por escucharlo e ingresó al hospital.

Pasaron dos semanas sin ver a Arturo. Me dirigí al hospital para preguntar por él, y al mencionarlo, los doctores me dieron la trágica noticia. Arturo no pudo continuar; no podía superar lo que le había pasado. Terminó con su vida, dejando todos sus sueños en pastillas que lo llevarían a un lugar en el que seguramente encontraría paz.

Me cuestioné mucho si debí haber hecho más, si pude haberlo aconsejado. Pasé mucho tiempo tratando de encontrar una explicación a lo que había pasado y no la encontraba. Solo continué conduciendo y abordando pasajeros, aquellos que llegaban con sus historias. Y yo, yo solo soy un simple chofer..

Comentarios

  1. Impresionante !! Hay momentos que personas no cercanas generan una palabra de aliento, es tan duro guardar tristeza no compartir lo que sientes que alivio nos da hablar cómo nos sentimos.
    Si quizás Arturo hubiese escuchado un consejo el destino sería otro para el.

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  2. Increíble esta hermosa, espero con ansias la siguiente historia

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