Doctora por la noche
Susan era una jovencita muy guapa que vivía cerca de la parada 123. Solía acaparar todas las miradas del barrio, y cómo no, su belleza lo permitía. Con su cabello negro cayendo en cascada sobre sus hombros y sus ojos verdes brillando con una vivacidad única, era imposible no notarla. No solo era hermosa por fuera, sino que su amabilidad y carisma la hacían aún más especial.
Susan pedía siempre carreras por la noche. Su trabajo como doctora le permitía pasar el día con su pequeño hijo de 5 años. Había criado a su hijo sola, pues cuando apenas tenía 2 años, el padre de Kevin los abandonó, dejándola a ella en una profunda depresión que se rumoreaba por todo el barrio.
Con el paso del tiempo, Susan logró superar sus dificultades. Retomó su carrera como doctora durante el día, y trabajaba en las noches. Este horario le permitió disfrutar de más tiempo con su pequeño Kevin..
—Don Andrés, por favor, ¿me lleva al centro? Hoy tengo guardia —solía pedirme carreras a mí, pues no confiaba en los demás.
—Con gusto, Susan —respondí, mientras la observaba por el retrovisor y veía cómo las lágrimas corrían por sus mejillas, arruinando su exuberante maquillaje.
—¿Te pasa algo, Susan? —no dudé en preguntarle, pues sabía que había pasado por muchas cosas que en su momento no le permitían hablar de ellas, pero con el tiempo comenzó a hacerlo.
—Sí, Andrés, quisiera preguntarte, ¿Qué piensa la gente de mí?
-¿Es importante eso? —le respondí, aludiendo a que debía pensar en lo que quería y le gustaba, más no en lo que opinara la gente.
—Déjame y te cuento —me respondió mientras calculaba en el reloj el tiempo que tomaría el trayecto hasta su trabajo.
—He conocido a un chico, un hombre espectacular: alto, caballeroso, amable, hogareño, de familia —su emoción desbordaba con cada palabra al hablar del joven. Durante el trayecto, traté de dejar que ella fuera la protagonista. Intenté no interrumpir, ya que notaba que su necesidad de desahogo quizás le haría sentirse mejor.
—El chico parecía atraído por mí. Nos presentaron cuando salí una noche a un bar con amistades. Yo estaba sentada mientras mis amigas esperaban la llegada de Juan para presentármelo y ver si lográbamos congeniar. No me parecía una mala idea. El poco tiempo que estuvimos conversando, todo fluyó demasiado bien. Ya había pasado mucho tiempo sola y sentía que era el momento de comenzar a conocer a alguien, y realmente quería que ese alguien sea él.
Estiré mi mano derecha por la parte trasera y le ofrecí un pañuelo, ya que lo que me estaba contando parecía afectarla. Yo solo me dediqué a escucharla.
—Todo iba bien. Trabajaba en un prestigioso banco de la ciudad, tenía una familia hermosa y me querían mucho, a Kevin también. Al inicio pensé que no lo aprobarían, pues cuando se trata de una mujer con hijos, no siempre es aceptado por los padres. Pero en este caso, Juan y su familia nos aceptaban a los dos.
Mientras retocaba su maquillaje, la observaba por el retrovisor, aprovechando cada luz roja para que notara que estaba atento a lo que me estaba contando.
Juan comenzó a cuestionar por qué trabajaba en las noches. En muchas ocasiones se ofreció a llevarme, pero le insistía en que no era necesario, que de hecho el trabajo pagaba un expreso para mí. Realmente no quería que asumiera esas responsabilidades hasta que pudiera contarle todo como realmente era.
Un día de esos locos, en los que no podía con el tiempo, los deberes de Kevin y mis estudios, Juan me pidió que cenáramos en casa el viernes por la noche. Decidí pedir permiso en el trabajo para complacerlo, pues él había sido muy atento conmigo y no podía negarme a hacer algo por él.
Había pactado una cita para los tres. Para él era muy importante decirme las cosas con tiempo para que pudiera reservar el día y salir a cenar. Y así lo hice. Durante los días previos a nuestra cena, noté en su rostro una creciente ira. Su lenguaje conmigo estaba cambiando, su sonrisa ya no era la misma y sus atenciones disminuyeron. Juan había cambiado, y comencé a sentir angustia y miedo de perderlo.
El día de la cena, me arreglé con esmero. Me puse el vestido más bonito del armario, me peiné el cabello con cuidado y a Kevin lo vestí como todo un pequeño galán. Cuando les conté a mis amigas sobre nuestra cena de tres, estaban ilusionadas. Pensaban que quizás Juan iba a pedirme formalmente que fuera su novia, e incluso evadían el hecho de que les había mencionado que lo notaba extraño. Creían que el estrés del trabajo lo tenía inquieto.
—A las 21:00 paso por ti —fue el mensaje que recibí, mientras mis manos comenzaban a temblar. Sabía que algo no andaba bien, que algo estaba pasando con Juan.
Llegamos al lugar donde siempre dejaba a Susan, pero esta vez, al estar tan atento a su relato, decidí estacionarme y continuar escuchándola.
Mi vestido era rojo, así que no dudé en pintar mis labios del mismo color. Quería que él me viera hermosa y radiante; para mí eso era importante. Al llegar por nosotros, el trayecto transcurrió en silencio. No volteaba a verme a los ojos, y aunque traté de iniciar una conversación, no obtuve respuesta.
Al llegar, Juan solo caminó delante de mí, esta vez no me tomó de la mano como solía hacerlo en otras ocasiones.
—Toma asiento —me dijo mientras él ya se encontraba sentado.
—Me gustaría saber si te pasa algo —le pregunté con las manos temblorosas y el rostro lleno de dudas.
—He reservado este lugar con mucho cariño porque tenía una sorpresa para ti, quería que fuera algo especial, pero... —Su voz temblaba y sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas—. Susan, quiero presentarte a alguien, sé que lo conoces muy pero muy de cerca.
Mis nervios eran cada vez más notorios. Solo quería que la noche terminara. Empecé a imaginar lo que podría estar pasando y le pedí que me permitiera explicarle, y también que Kevin pudiera irse a la sala de juegos del restaurante. Aceptó la segunda petición.
—No, por favor, no necesito que me expliques, solo quiero presentarte a alguien.
-Al voltear hacia la dirección de la mirada de Juan, lo vi. Allí estaba Christopher, uno de los clientes habituales del lugar donde trabajaba.
En ese instante, empecé a comprenderlo todo. Susan no era realmente doctora; su trabajo nocturno explicaba muchas cosas. Opté por no interrumpirla y dejé que siguiera hablando sin mostrar ningún signo de incomodidad.
Christopher era el mejor amigo de Juan y frecuentaba el burdel donde yo trabajaba. Le gustaba llamarme "la doctora" al parecer entre esas conversaciones con Juan, Christopher le pidió una foto para conocer a la persona de quien su mejor amigo hablaba tanto, al descubrirme en la foto le contó la realidad a Juan.
- "Andrés, siento vergüenza contigo, pero a veces las personas ocultamos nuestras realidades por miedo al rechazo."-
—¿Y qué pasó con Juan? —le pregunté, al ver cómo su rostro se humedecía con lágrimas. Susan era una persona tranquila y, aunque nunca hubiese imaginado el tipo de trabajo que tenía, no me sentía en posición de juzgarla.
Juan se fue del restaurante, me bloqueó en todas sus redes sociales y probablemente nunca más lo veré.
Decidí no preguntarle nada a Susan sobre sus decisiones, me bajé, le abrí la puerta, y le recordé lo buena persona que era, y que tiene a alguien por quién luchar.
En la vida, cada uno de nosotros lleva consigo un mundo oculto y, a menudo, la verdad detrás de nuestras decisiones y acciones es mucho más compleja de lo que aparenta. La empatía y la comprensión nos permiten ver más allá de las apariencias y conectar con los demás en su humanidad más profunda.
No la volví a ver a Susan, al parecer el haberme contado su historia, hizo que tome otros rumbos, ella se mudó del lugar donde vivía mientras que Juan, Juan perdió a una gran mujer.

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